Que vida más triste 20 / 11 / 2008
Hoy tenemos que ir por partes.
Primero, he descubierto gracias a Gema y Dani un nuevo vicio freak. Es una serie que ahora ponen en la Sexta, que se llama "Que vida más triste". Algunos episodios de su videolog son simplemente geniales. Ya me he tragado la primera temporada y voy por la segunda (cosa no muy dificil con episodios de 2 minutos de duración). Echadle un ojito, que merece la pena.
Por último, y como motivo principal y cuasi-único del blog, aquí dejo otro cuentecillo. Espero algún que otro comentario, que no os cuesta nada... ¬¬
24 por 7
- Estoy harto de mi trabajo – dijo el señor Vázquez-. Siempre de aquí para allá, siempre dando vueltas, sin saber cuando acaba mi jornada.
- No te deberías quejar tanto, al menos tienes un trabajo decente – replicó su interlocutor, el señor Rodríguez, mientras Vázquez seguía su perorata sin parar de moverse.
-¿Decente? ¿A esto lo llamas trabajo decente? – respondió el señor Vázquez malhumorado -. ¡Eso lo dirás porque tú no haces ni la mitad del trabajo que hago yo!
Una sirena dejó de sonar en ese momento y el señor Vázquez se sentó, se secó el sudor y respiró profundamente, mientras el señor Rodríguez se levantaba de la silla y se quedaba de pie, mirando a su compañero de faenas. Parecía enfadado.
- Por favor Víctor – dijo Rodríguez mientras seguía de pie, inmóvil mirando al señor Vázquez -, no es mi culpa que mi trabajo conlleve menos esfuerzo o trabajo físico que el tuyo. Ambos nos preparamos las mismas pruebas, y al final resulta que todo dependía de una cosa tan tonta como tu apellido o el mío. ¿Cómo íbamos a imaginar semejante cosa?
La sirena se encendió de nuevo y Vázquez empezó de nuevo su caminata por aquella cinta andadora que parecía infinita, mientras el señor Rodríguez acababa de hablar y se sentaba.
El señor Rodríguez no sabía el tiempo que llevaba en su puesto de trabajo, día tras día, realizando aquella monótona coreografía. Entro el mismo día que Vázquez. Eran unos desconocidos, pero el paso del tiempo acabo convirtiéndolos en buenos amigos que se compenetraban bien. Y eso en su trabajo era importantísimo.
-Ojalá algún día se estropease esta maldita cinta – dijo malhumorado Vázquez -. ¿Qué pasaría ese día? ¿Vendría alguien a arreglarla, o nos dejarían descansar por fin?
-No lo sé, ni quiero saberlo, yo me limito a realizar mi trabajo, para eso firmamos aquel contrato.
-Si, aquel dichoso y maldito contrato que me mantiene pegado a esta cinta y a ti, día tras día.
La sirena se apagó de nuevo y el señor Vázquez, el muñeco verde del semáforo de la esquina entre las calles Castillejo y Muñoz de Loyola se sentó, mientras Rodríguez, el muñeco rojo, se ponía de pie y se mantenía tan erguido y recto como le permitían sus cansadas piernas.
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