Blogia
el planeta que quiso ser estrella

Inauguración del nuevo blog -- 19/11/2008

Después de casi un año tirándome de los pelos con el blog de google, he decidido cambiar de host. Mil y un problemas a la hora de editar las entradas que aparecían como les daba la real gana, me han hecho pasarme a blogia.

Decir que el ajedrecista a pasado a mejor vida. Me quedo sin alter ego en esta nueva etapa blogera pseudo literaria.

Para empezar y no cansar mas al personal, uno de mis primeros relatos cortos, con ciertos toques "lovecraftianos" y algo de ciencia de la mente para mis primeros lectores.

¡Bon apettit!

 

Capgras

 

            -¡No! ¡Alejadlo de mí! ¡No dejéis que se acerque!

            Era el señor Méndez el que gritaba de esa manera tan particular de los esquizofrénicos, con una mezcla de horror y locura en el tono de su voz.

            -¡Por favor, no! - gemía entre sollozos y gemidos a los enfermeros -. No dejéis que se me acerque ese monstruo.

            Pataleaba y arañaba a los enfermeros del cuerpo de guardia del hospital, mientras estos intentaban atarle a la cama con las correas de cuero.

            Yo, por mi parte, miraba desde la puerta de la habitación, sin dar crédito a mis ojos, con el bolígrafo clavado en el formulario de entrada de algún otro paciente. Un auténtico caso de Síndrome de Capgras[i].El señor Méndez era un hombre de mediana edad, de unos 45 años, de estatura media, regordete y con principio de calvicie. Su rostro ahora desencajado por el horror de su locura interna daba la impresión de ser el del típico funcionario recalcitrante, agobiado por su trabajo y empeñado en desmoralizar a las incesantes colas de usuarios de su ventanilla, día tras día.

            -Mi mujer, ¿donde esta mi mujer? ¡Yolanda, por favor! - su voz se quebró en un llanto ruidoso, repitiendo el nombre de su mujer una y otra vez, mientras un enfermero le inyectaba un sedante, probablemente Diazepam[ii].

            Mientras seguía observando la escena, llego el doctor Ballesteros, paso a mi lado sin saludar, casi nunca saludaba a los residentes, con su impoluta bata blanca y su perfectamente recortada barba holandesa. A veces, tras una mirada fugaz y sin demasiada atención, creías encontrarte delante del mismismo Lincoln. Pero su bizquera pronto te abstraía al presente, y a por que leches no decidía operarse de aquel maldito ojo torcido suyo. Si, odiaba al doctor Ballesteros, estaba en mi derecho como residente de tercer año.

            -Veamos, veamos que tenemos aquí - dijo mientras se acercaba a la cama y ojeaba el historial del paciente -. Señor Méndez, ¿verdad? - dijo, mientras miraba entre tantos papeles e intentaba ponerles orden.

            -Si, me llamo Alonso Méndez - respondió de manera apagada el paciente. Su voz apenas era un susurro.

            -Presencia - continuó Ballesteros - de un brote psicótico anterior con alucinaciones auditivas y delirios de persecución, trastornos del sueño, hospitalizado, tratado con Risperidona[iii], mejora a los pocos días y devuelto a su hogar, dulce hogar.

            ¿Entendéis por que le odiaba?

            >>¿Qué le trae por aquí al señor Méndez, señorita Cantero? - dijo, dándole los papeles a una enfermera, la señorita Cantero, y metiendo las manos en los bolsillos de la bata, mientras se balanceaba sobra la punta de los pies. Trataba a los pacientes con el mínimo considerable de respeto. Se pasaba el código deontológico por las narices.

            -Padece una recidiva psicótica -respondió la enfermera -. Su mujer llamo a los servicios de emergencia, pues se encontraba muy excitado y tenía miedo a una agresión.

            -Me persiguen - dijo el señor Méndez ya atado a la cama y un poco más tranquilo por el efecto casi instantáneo y milagroso del Diazepam que le acababan de inyectar -. Ellos saben que lo se todo sobre ellos y me han rastreado. Los escucho cuchichear a trabes de las paredes de casa. Puedo oírlos mientras me siguen por el parque. Deben tener aparatos especiales para oír mis pensamientos.

            Méndez hizo una pausa para tragar saliva, pues debía tener la garganta seca después de tanto grito.

            >>El primero que fue suplantado por esos malditos engendros fue el quiosquero, ¿sabe?

            -Ya veo - fue la breve respuesta del doctor.

            -Hace dos meses fui a comprar el periódico antes de entrar a trabajar y noté algo raro en él. De una manera indescriptible, había perdido varios centímetros de altura y tenia mas algo más de pelo en su cabeza casi desnuda. Su cara tenía mas arrugas de la cuenta. Y su humor - calló durante varios segundos como si el simple recuerdo del quiosquero le produjese desasosiego -. Su humor era más, ¿como diría? Inquisitivo y algo siniestro. No paraba de hacer preguntas sobre cualquier tema, fuese nimio o de rebuscado - volvió a callar y se quedo mirando en silencio al doctor.

            Este dejo de balancearse para sacar una mano de su escondrijo en la bata, y con un movimiento muy grácil, producto de años de entrenamiento, introdujo un dedo en su nariz. Al ver que el doctor permanecía callado perfeccionando su onanismo nasal, Méndez continuo la historia, después de volver a aclararse la voz.

            >>Un día me pregunto por el sistema político del país. ¿Quién demonios pregunta sobre que tipo de sistema político hay en su país? Otro día - continuó - durante una conversación trivial sobre el tiempo, cambio de tema para hablarme sobre astronomía. Yo estaba encantado, pues en mi juventud fui un apasionado de esos temas. Me hablo de distancias astronómicas, del corrimiento al rojo de las estrellas y de cómo la ciencia moderna se basa en datos erróneos sobre el nacimiento del universo.

            -Pero esos datos los podría haber sacado de alguna colección de fascículos - replico rápidamente Ballesteros -. No hay nada de raro en que leyese algo de lo que vende.

            Méndez se rió de manera quejumbrosa en la cama, mientras negaba con la cabeza.

            -Eso también lo pensé yo. Pero todo me parecía sospechoso -continúo tras carraspear un poco-. ¿Por qué ese cambio tan sutil que nadie notaba? Yolanda, mi mujer, no notaba nada raro en el, por mas que yo le explicaba una y otra vez la transformación que había sufrido el quiosquero. Me dijo que no era raro que supiese de astronomía, de cocina, de historia y de la vida de los actores, pues eran datos que veía a diario en su trabajo.

            -Exacto - esgrimió Ballesteros. Los enfermeros se marcharon de la habitación  y el doctor se quedo a solar con Méndez. Yo me quede en el pasillo, junto a la puerta, sin hacer ruido, intentando que el doctor no se percatara de mi presencia.

            >>Es muy normal que conociese tales datos. Respecto al cambio sutil en su personalidad o en la altura, usted se basa en datos meramente vagos, pues usted solo ve al quiosquero durante, ¿cuanto tiempo? ¿un minuto al día? ¿dos o tres en caso de que mantengan una mínima charla? Sus datos no se sostienen empíricamente - dijo, intentando dar a sus palabras un tono serio pero que sonó presuntuoso y pueril.

            Méndez se quedo callado pensando en las respuestas que le había dado el doctor. El dialogo socrático no era desde luego el punto fuerte de Ballesteros, pero a su manera, y mezclado con el efecto del sedante, parecía que surtía efecto.

            -No puede ser - respondió al fin -. Esos seres se introducen dentro de la gente y las cambian de manera imperceptible. Buscan información y conocimientos para llevarlos a su planeta natal. De eso estoy seguro. Por eso me ha seguido todo este tiempo. Porque saben que yo se lo que traman. Planean obtener datos sobre nuestras defensas para venir por nosotros. Poco a poco se adueñan de más gente.

            Ahora hablaba de manera pausada y entrecortada pues apenas tenia fuerzas y el Diazepam ya estaba haciendo efecto. Su mente estaba nublada pero luchaba por hacerse entender con frases cortas.

            >>Entonces -dijo calmadamente Méndez, en un ultimo intento de persuasión -, ¿también es normal que un día desapareciese y que nadie supiese de el hasta ayer?

            Ballesteros se movió de manera inquieta. Miro su reloj y mostró su desagrado ante el hecho de pasar otro minuto más en la habitación.

            >>Hoy hemos sabido de el - continuo sin hacer caso a los movimientos de Ballesteros -. ¿Saben donde le han encontrado? - pregunto con tono sarcástico.

            Ballesteros no respondió a una pregunta  de la que claramente no poseía la respuesta.

            >>Pues querido doctor - dijo con tono divertido al ver el rictus de seriedad de Ballesteros -, le han encontrado en los restos de un avión comercial en plena Mongolia. Era el único español que viaja en dicho avión y ha sido noticia en todos los periódicos y programas de televisión.

            Ballesteros enmudeció durante varios segundos. Al parecer recordaba haber visto la noticia en la televisión.

            -¿Seguro que era el mismo? -inquirió Ballesteros -. Es probable que confundiese usted su nombre con el del desdichado turista que iba en ese avión.

            Méndez callo durante un segundo.

            -Manuel Manrique Expósito, calle del Carmen, Madrid -respondió Méndez como un niño que recita una poesía aprendida de memoria -. Esos son los datos que dieron. Además, su mujer salió en las noticias. Estaba muy consternada. Dijo que hacia semanas que estaba raro, que apenas hablaba con ella y que se encerraba a leer en el trastero de la casa. Y que a veces desaparecía sin decir nada y tardaba varios días en volver a casa. Esta ultima vez no se diferenciaba en nada del resto salvo por la tragedia del avión. Y el resto es conocido por todos.

            Ballesteros saco una libreta de un bolsillo de la bata y un bolígrafo y garabateo algo. Nada de lo dicho por el señor Méndez había afectado a Ballesteros. Era normal por otra parte no creer a un paciente de urgencias psiquiátricas. Nunca. Yo tampoco los creía, por muy reales y verídicas que pareciesen sus historias.

            -Señor Méndez, usted se quedara unos días aquí, hasta que se tranquilice un poco. Aquí nadie le perseguirá ni le espiara a trabes de las paredes. Dentro de un rato será usted ingresado y subido a planta.

            -¿Por qué iría a Mongolia? Muy raro. Buscaría algo allí - Méndez apenas podía ya articular dos frases seguidas -. Sabía que yo sabía algo y huyo. Si, eso es. Huía de mí porque sabía que lo delataría a la policía.

            Méndez seguía farfullando incoherencias cuando escuche pasos a mis espaldas. Una mujer muy bella de mediana edad, de perfecto pelo rizado castaño se encontraba ante mí. Vestía un traje de pantalón y chaqueta negros y una camisa roja. Llevaba unos zapatos de tacón que daban vértigo.

            -Hola, buenos días - dije mirándola a los ojos.

            -Hola - respondió con un tono de voz que helo mi alma. Hablaba con lo que parecía acento extranjero y a la vez con voz ronca. De su boca salio una especie de sonrisa forzada, como si aun estuviese aprendiendo a realizar aquel movimiento con sus labios. La mire fijamente y dentro de aquellos ojos negros como el azabache solo había oscuridad. Su mirada me traspasaba como un cuchillo recién afilado.

            >>Busco a mi marido, el señor Alonso Méndez - su voz sonaba extrañamente artificial. Daba la impresión de que tenia que articular cada palabra tras haberla pensado.

            -Si -dije de manera entrecortada pues me faltaba el aire al mirarla -. Esta en esta habitación.

            Le señalé con el bolígrafo la puerta de la habitación. Sin decir nada más, forzó aun más aquella diabólica sonrisa y entró en la habitación. Su paso quedaba lejos de ser grácil o sugerente. Muy al contrario, caminaba de manera desangelada, casi tropezando con sus propios pies. Me vino a la mente la imagen de esos animales recién nacidos, húmedos aun de placenta, que no pueden mantener sus patas erguidas y se caen una y otra vez.

            Me quedé apoyado contra la pared, pensando en si aquella mujer era real o si eran imaginaciones mías por llevar tantas horas de guardia sin descansar. Y mientras me recobraba y pensaba en el paciente que había dejado abandonado en la consulta, escuché un grito desgarrador del señor Méndez, que me hizo perder la consciencia:

            - ¡No, alejadla de mi! ¿No lo veis? ¿Es que no lo veis? Es una de ellos.

 


[i] El Síndrome de Capgras, o Ilusión de Sosias es un trastorno mental que afecta a la capacidad de identificación del paciente. Este cree que una persona, generalmente un familiar, es reemplazado por un impostor idéntico a esa persona.

 

Fue nombrada en honor a Joseph Capgras, psiquiatra francés que reconoció la enfermedad bajo el nombre de l’illusion des sosies o ilusión de los dobles en 1923. Capgras reportó el caso de una mujer de 74 años que afirmaba que su esposo había sido remplazado por un extraño. La paciente reconocía con facilidad a los demás familiares, todos excepto a su esposo.

 

Esta enfermedad está relacionada con la pérdida del reconocimiento emocional de los rostros familiares. Su causa podría ser una desconexión entre el sistema de reconocimiento visual y la memoria afectiva.

 

[ii] El Diazepam pertenece al grupo de las benzodiacepinas. Ejerce su acción al actuar sobre unos receptores localizados en el Sistema Nervioso Central, los cuales forman parte del complejo del receptor del acido gamma-amino butírico, o GABA. El ácido gamma-amino butírico es un neurotransmisor con acción inhibitoria. La activación del Complejo Receptor del GABA por una benzodiacepina potencia la acción inhibitoria de la sinapsis mediada por el GABA. A dosis terapéuticas, las benzodiacepinas producen un grado variable de sedación, somnolencia, letargia y laxitud, sobre todo al inicio del tratamiento.

 

[iii] La risperidona se usa para tratar los síntomas de esquizofrenia (una enfermedad mental que causa perturbación o pensamientos extraños, pérdida de interés en la vida y emociones fuertes o inapropiadas). También se usa para tratar episodios de manía (frenesí, excitación anormal o estado de ánimo irritable) o episodios mixtos (síntomas de manía y depresión que ocurren a la misma vez) en pacientes con trastorno bipolar (trastorno maníaco depresivo; una enfermedad que provoca episodios de depresión, manía y otros estados de ánimo anormales). La risperidona pertenece a una clase de medicamentos llamados antipsicóticos o neurolépticos atípicos, que modifican la actividad de ciertas sustancias naturales en el cerebro, como son la dopamina (receptores D2 del área mesolimbica) y la serotonina (receptores 5HT-2).

1 comentario

GeMa -

Un muy buen estreno del blog, me ha encantado ^^, te seguiré leyendo todo sea por leer xD, un beso!